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La semana había sido como tantas otras: reuniones interminables, correos acumulados y agendas que parecían no dar tregua. Pero ese viernes, todo eso quedó atrás. Había algo en el aire, una sensación de escape, de desconexión. Entre las luces tenues del bar y el murmullo de conversaciones, sus ojos se encontraron, y en ese instante, ambos supieron que la noche prometía mucho más de lo habitual.

Estaba preciosa con ese vestido largo de verano. La abertura lateral revelaba sutilmente sus piernas mientras se movía, creando un equilibrio perfecto entre elegancia y sensualidad. Sus pies, al descubierto y con las uñas pintadas de blanco, añadían un detalle aún más irresistible.

Su pelo, ligeramente ondulado, castaño con reflejos rubios y a la altura de los hombros, complementaba su rostro fino y delicado. Sin embargo, era el brillo de sus ojos miel con tonos verdes lo que realmente lo tenía atrapado. Le encantaban; perdido en ella, como si nada más existiera.

Él, con su camiseta blanca ajustada que marcaba las líneas de su pecho y unos pantalones chinos que acentuaban su figura, mostraba una confianza tranquila, propia de alguien seguro de sí mismo. Su expresión seria de entrada se había ido desdibujando a medida que las bromas, los comentarios sarcásticos y las risas fluían entre ellos. Era de esos que parecían vivir en su propio mundo, con una conversación interesante y el gusto refinado de un amante de la buena música. Aunque trataba de mantener cierta compostura, la forma en la que la miraba cuando pensaba que ella no se daba cuenta lo traicionaba.


 

Eran ya las tres de la madrugada cuando dejó de sonar la música; estaban recogiendo para cerrar, así que decidieron salir fuera. Había sido una noche perfecta y ninguno de los dos quería que terminara. Las calles estaban vacías, iluminadas por la luz tenue de las farolas, y el calor de la noche parecía envolverlos en un halo íntimo, como si cada paso que daban los acercara más a algo inevitable. Él decidió acompañarla hasta su portal. Era lo correcto, aunque ambos sabían que no tenía nada que ver con cortesía.

El trayecto fue demasiado corto para las ganas que tenían de estar a solas. Habían pasado toda la noche jugando con palabras, rozando apenas las fronteras de lo que deseaban. Ahora, en la tranquilidad de la madrugada, con el mundo en silencio, ya no quedaba nada que ocultar.

Frente al portal, se cruzaron una última mirada, de esas que lo dicen todo. Y en ese momento, todo cambió.

Sin pensarlo demasiado, la cogió del brazo y la atrajo hasta él. Lo suficiente como para estar demasiado cerca y sentir como se le aceleraba el corazón, uno frente al otro.

Él la miraba desde arriba, ligeramente inclinado. Ella no podía apartar la vista de sus labios gruesos, y desde que empezó a verlo con otros ojos, se había preguntado cómo sería besarlos.

Pasó un segundo que se hizo eterno.

Se acercó y la besó. Había repetido aquel beso en su cabeza una y otra vez, y aun así, la realidad tuvo un sabor y una intensidad que superaba todo lo que había imaginado.

Se volvieron a mirar fijamente por un momento, intentando asimilar lo que acababa de pasar, pero las ganas que se tenían desde hacía tiempo hizo que se volvieran a besar, está vez con muchas más ganas, encadenando un beso tras otro, cada cual más intenso. Sus lenguas empezaron a jugar, al principio de forma sutil, pero las ganas crecían y pronto se devoraban el uno al otro.

Habían acabado en un rincón del pequeño portal, donde apenas había luz. Sus cuerpos estaban completamente pegados, rozándose, mientras la temperatura seguía subiendo.

Con una mano, él le acariciaba la cara mientras le comía la boca. Con la otra, la cogía de la cintura, atrayéndola aún más hacia él.

De los besos en los labios pasaron a los besos por el cuello. Ella miraba al techo, suspirando de deseo, mientras a él le faltaba piel para tantas ganas. Jugaba con la lengua, paseándola por el cuello hasta su oreja. A veces, llevado por las ganas, le daba pequeños mordiscos que hacían que a ella se le erizara la piel.

La mano de la cintura empezó a deslizarse hacia abajo hasta agarrarle con ganas del trasero. El vestido que llevaba hacía que el tacto fuera aún más intenso. Con cada dedo de su mano, podía sentir todo lo que había debajo.

Ella lo cogía de las caderas, intentando hacer lo mismo con su pierna, levantándola ligeramente para pegarse a él. Él movía la mano del trasero a la pierna, levantándola y dejándola al descubierto a través de la abertura del vestido.

Notaba todo de él contra ella.

Uno de los tirantes del vestido estaba ya descolgado, y los besos, que habían empezado en sus labios, seguían descendiendo sin querer encontrar un final.

A medida que los besos se entretenían en su pecho, ella se sentía más y más mojada, mientras a él, su pantalón lo delataba.

De repente, un ruido en la calle les hizo darse cuenta que podía ser buena idea irse a un sitio más tranquilo, lejos de miradas indiscretas.

Esta vez, fue ella quién le cogió del brazo y, sacando las llaves del bolso, se metieron en el portal para subir a su casa.

En el ascensor, miradas, más besos y sonrisas de oreja a oreja.


 

Abrió la puerta de su casa, y fueron directos contra la pared de enfrente.

Les sobraba toda la ropa. Ella rápidamente le quitó la camiseta blanca que llevaba y solo hizo falta un pequeño gesto de él para que el vestido acabara entre sus pies, quedándose solo con un pequeño tanga de encaje negro.

Se quedó admirándola un par de segundos y tragó saliva.

Volvieron a besarse, pero esta vez no tardó en bajar a su pecho. Su piel estaba erizada, y sus pezones, duros. Jugaba con su lengua, describiendo pequeños círculos alrededor de ellos mientras los acariciaba suavemente con las manos.

Ella entrecerraba los ojos, dejando escapar ligeros gemidos.

La cogió de la cintura, la giró de golpe y la puso con las manos en la pared. Un pequeño grito ahogado se escapó de su boca, sin que pudiera evitarlo.

Mientras le comía el cuello, la mano que tenía en su trasero fue poco a poco colándose entre sus piernas. A estas alturas, el tanga estaba empapado. Separaba las piernas ligeramente y arqueaba la espalda, invitándolo a que siguiera tocándola.

Apartó el tanga hacia un lado, dejando que sus dedos se deslizaran con suavidad entre sus labios. Los gemidos aumentaron al instante y la respiración de ambos era cada vez más fuerte. Con una mano la cogía de la cintura y con la otra le tocaba. Primero metió un dedo, luego el otro. Sabía exactamente donde tocar y en cuanto flexionó ligeramente los dedos, ella pegó un gemido que a día de hoy aun hace que se sonroje al recordarlo.

Siguió tocándola, moviendo los dedos arriba y abajo, haciendo ondulaciones, mientras ella giraba la cabeza hacia él en busca de su boca y poder jugar con su lengua. Los movimientos se hacían cada vez más rápidos, más intensos, y los gemidos de ella no dejaban de crecer. Hasta que, de repente, ella se apartó, se giró hacia él y, con la voz entrecortada, le dijo:

—Ven. Vamos a la cama que ya no puedo más.

Le cogió de la mano y le llevó a su habitación.

Al entrar, encendió una pequeña lámpara que daba una luz acogedora y tenue, lo suficiente para que pudieran verse las caras y adivinar las formas del cuerpo.


 

Los dos frente a la cama, terminaron de desnudarse el uno al otro y se dejaron caer sobre el colchón, hechos uno. Él quedó tendido boca arriba, y ella encima, rodeando sus caderas con sus muslos.

Seguían besándose apasionadamente mientras ella se rozaba contra él, moviendo su cintura.

Sus labios descendieron por su pecho, dejando un rastro de besos húmedos que erizaba su piel, rodeando su ombligo hasta llegar a las caderas. Al llegar a su destino, sus ojos se abrieron con sorpresa y deseo; era más imponente de lo que había imaginado en sus fantasías.

Lo envolvió con sus dedos, arrancando el primer gemido de su boca. Sus movimientos, lentos al principio, fueron ganando ritmo mientras observaba fascinada cada expresión de placer en su rostro: los ojos entrecerrados, los labios entreabiertos, la respiración cada vez más agitada.

Su lengua comenzó a explorar, trazando un camino húmedo desde la base hasta la punta, provocando que su cuerpo se estremeciera. Los dedos de él se enredaron en su melena, apartándola con delicadeza para contemplar mejor el espectáculo. Cuando finalmente lo acogió en su boca, el gemido que escapó de su garganta fue más profundo, más animal. Su lengua jugaba, exploraba, mientras sus labios presionaban con la intensidad perfecta, alternando entre caricias suaves y succiones más intensas.

Los dedos de él acariciaban su mejilla, rozaban sus labios, trazaban el contorno de su rostro mientras ella continuaba su dulce tortura. El placer lo consumía, transformando su respiración en jadeos entrecortados. Después de lo que pareció una eternidad de éxtasis, ella ascendió nuevamente por su cuerpo hasta encontrarse de nuevo con su mirada frente a frente.

Suspiró profundamente y, mientras la cogía de la cintura, la tumbó boca arriba y con una sonrisa traviesa, le dijo:

—Vas a ver.

Se la comía con los ojos y con la boca, poco a poco, despacio, disfrutando de cada centímetro de su cuerpo y haciéndola sufrir de placer. Estaba entre sus piernas, lo suficientemente cerca como para que ella sintiera su respiración y le invitara a quedarse ahí. Pero decidió hacerla esperar un poco más y la besó en la ingle, levantándole las piernas con suavidad para continuar por la parte interior de sus muslos. Sabía que estaba jugando y eso a ella le encantaba; hacía que se mojara aún más. Le daba pequeños mordiscos en los muslos mientras ella se agarraba a las sabanas. No podía más.

Le abrió un poco más las piernas y, mientras sus miradas se encontraban, deslizó lentamente su lengua húmeda entre sus labios, que lo esperaban con ansia. Despacio. Con delicadeza. Una y otra vez. Ella se retorcía de placer y gemía, mientras él acompañaba el movimiento de su cuerpo. No sabría decir quién estaba disfrutando más.

Mientras continuaba, con una mano le acariciaba los pechos, jugando con sus pezones. Con la otra, que estaba sobre su trasero, decidió ir más allá y subir aún más la temperatura. Deslizó suavemente dos dedos dentro de ella, lo que hizo que su espalda se curvara aún más, agarrándose con fuerza a las sábanas. Su lengua jugaba alrededor de su clítoris y sus dedos jugaban dentro de ella.

El ritmo aumentaba. Ella no quería que parara, y él no tenía intención de hacerlo. Continuó, mientras los gemidos de ella se volvían más intensos y sus caderas se movían con más rapidez, apoyadas en su lengua. Hasta que, al final, llegó, estremeciéndose contra su boca.

Aunque le había encantado y se lo había pasado como nunca, quería más. Lo quería todo de él.


 

Volvió a besarla con el cuerpo entre sus piernas. Uno contra el otro, piel con piel. No querían separarse. Ella lo abrazaba con sus piernas y él con sus brazos. Mientras tanto, sus caderas se mecían suavemente.

Con esa misma suavidad, se deslizó dentro de ella y a ambos les recorrió por todo el cuerpo una sensación de calor que hizo que gimieran de placer al mismo tiempo.

Él marcaba el ritmo, apoyado sobre la cama, sosteniendo su peso mientras las venas se dibujaban en sus brazos. Ella lo acompañaba con sus piernas, envolviéndolo y atrayéndolo más hacia ella con cada empuje. Estaban en pura sincronía y disfrutaban como nunca. De la intensidad y el calor del momento, la poca luz de la habitación parecía bailar sobre sus pieles húmedas.

Se apoyó sobre sus rodillas y, cogiéndola de las piernas, la atrajo hacia él con un solo movimiento, colocando sus piernas en alto sobre su pecho. Le encantaban; le parecían increíblemente sensuales, y disfrutaba no solo del placer del momento, sino también de observar cómo su cuerpo reaccionaba a cada movimiento. Tenerlas así, alzadas, intensificaba todo y hacía que ella sintiera aún más.

Bajó sus piernas para que las apoyara en la cama mientras levantaba su cintura en el aire y continuaban con el juego. Los gemidos de ella lo excitaban cada vez más, lo que hacía que aumentara el ritmo y el calor en la habitación. Ella, con medio cuerpo en el aire, se cogía con fuerza de las sabanas, mientras él, la sostenía y controlaba el movimiento de su cuerpo con sus brazos.

Siguieron así unos minutos más, hasta que ella quiso tomar el control del juego y se colocó encima de él.

Continuó con el mismo ritmo, moviendo las caderas de arriba a abajo de forma muy sensual mientras se apoyaba con sus manos sobre su torso. Él acompañaba el movimiento con sus brazos, observándola. Parecía estar en trance con los ojos cerrados, el pelo cayendo sobre parte de su cara y mordiéndose el labio. Lo estaba volviendo loco; no había nada más bonito ni sensual que ella en ese momento.

Necesitaba tenerla más cerca, sentirla por completo, así que se incorporó y la rodeó mientras ella seguía moviéndose sobre él. La besaba en el cuello, la boca y el pecho, mientras sus movimientos se volvían cada vez más intensos. Ella lo sentía más profundamente con cada embestida, lo que hacía que se excitara más y más. Habían llegado al punto de no retorno y no podían parar. Continuaron, acelerando el ritmo mientras los gemidos y la respiración se volvían más caóticos, hasta que finalmente se entregaron por completo el uno al otro, dejando que sus cuerpos se relajaran totalmente en un éxtasis compartido.


Pasaron lo que quedaba de la noche abrazados en la cama, hasta que la luz del amanecer y la brisa que entraba por el ventanal de la habitación lo despertaron con suavidad. Pensó en todo lo que había ocurrido esa noche y lo que podría estar por venir, y no pudo evitar sonreír.

Miró hacia ella, dormida entre sus brazos, con el cabello ligeramente revuelto y el rostro relajado. Era preciosa, y eso le sacó otra sonrisa. No quería despertarla, pero no pudo evitarlo y dejó un beso con suavidad en su hombro. Luego otro, y otro más, con delicadeza. Entonces, ella esbozó una pequeña sonrisa, aún con los ojos cerrados.


 

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